Es rojo, de seguro. A lo mejor es azul, no sé. El ocio y el escribiente no han tenido recientes trifulcas, ni siquiera insinuaciones. Aún no sé cómo bautizarlo, no es lo mismo ponerle un nombre a un escrito que a un ser que trato de recrear, situación que deseo quede clara. Medito ahora y creo que definitivamente es verde. Mi intento no es de hacedor, más bien de mediador o facilitador. Las letras me huyen entre los resquicios de la cotidianeidad y el trabajo. Filas de segundos, montones de minutos, cúmulos de horas sin contacto alguno con letras. Apenas he dejado entrar la luz a las hojas de un libro que leo a pocos desde hace dos años, no entiendo el por qué, simplemente no puedo acabarlo nunca. ¿Acaso es que los capítulos que le faltan, son los que me impiden seguir y necesito pausas largas para lograr aterrizar de nuevo en él? Lo cierto es que recién entré en el capítulo final de “Una casa para siempre”. Negro con betas blancas al mejor estilo carcelario. Una imagen de Beetlejuice. A lo que sí he tenido acceso es a un rosario de películas, desde el “maquinista” hasta el “aro”. Todas, absolutamente todas las que he visto tienen de trasfondo la muerte. Usan veredas alternas para llegar a ella, desde el insomnio hasta la televisión y el teléfono como objetos de terror, pero como si Roma tuviera que llamarse ahora muerte, todos esos caminos llevan a ella o salen de ella, acaso es que Roma fuera sinónimo de muerte. El color creo que no importa, ahora mismo lo veo con un pantalón rojo típico, un par de caites y un morral de lana virgen (pobrecita de la lana). Quisiera hacer crítica de arte o comentarios al menos de las películas que he visto, sin embargo se me hace tan poco fácil, la verdad es que no tengo esa facilidad para contar cosas que otros hacen sin ponerle un poco de sal y pimienta propias, será eso vocación de mentiroso o de escritor, no los sé. Lo que sí se es que el color no me va a importar más, ni el de a ropa ni el de la tez ni el de la tierra que pisa, sin embargo sí necesita un nombre, algo universal con el cuál identificarlo, como cuando se dice mesa y se piensa en el mueble de cuatro patas y un tablero. Estoy tan fuera de foco que ni siquiera he podido tener un poco de ocio decente, ese ocio que es tan necesario para escribir, a menos cuando se escribe desde el lado de la adrenalina, ese galopante carruaje que arremete contra mis dedos y me hace atacar cual pollo la tierra llena de maíces. Alonzo, sí, ese es el nombre. He tenido en mente hacer un escrito acerca del silencio. Sin embargo no aflora, el título y las justificaciones son lo único que tengo, justificaciones a manera de mapa cartográfico, sin más. Me es difícil retomar ideas si no las escribo en el momento, siempre se me pierden en el limbo de mi pequeña memoria, tan pequeña que ni si quiera me recuerdo de nombres de personas conocidas, no digamos de autores, libros o películas. No sé aún si será mi alter ego, mi gran amigo o sólo un personaje, a lo mejor quede nada más en un nombre y sea el final de él como de este texto sin sentido, con mucha información sin orden, caos puro sin más, que terminaré así: salud por él, salud en el nombre de Alonzo.