viernes, septiembre 10, 2004

Humilitas, Modestia, singellus.

La humildad es la virtud que nos da el conocimiento de nuestras limitaciones, debilidades y nos hace actuar de acuerdo a ese cognocere.

Por contexto de modestia se entiende a la virtud que nos modera, templa y regula en nuestras acciones externas para hacernos limítrofes a nuestro estado, según sea idóneo para nosotros mismos.

Sencillez puede interpretarse como la carencia de artificio o contextura elaborada, como algo que no tiene mayor estructura que los demás de su especie o alguien carente de ostentación y adornos.

La mezcla de estas tres virtudes o cualidades, puede llevarnos a ser personas aceptables, políticamente correctas, pulcras en nuestro tratar, encontrar balance entre monedita de oro y aleación de cobre y metales pesados –por lo menos para la ostentación de los mismos o como valor de cambio-.

El extremo de la carencia de los mismos lleva a la virtud de caer pesado, aburrido, fatuo. La pregunta quizá estriba en lograr el valor que permita gravitar los dos lados de la balanza el mismo nivel, en lograr salir de la demostración de valores y conocimientos como medio de defensa, mejor dicho en saber dónde y cómo utilizarlos. Acaso la mayor pregunta gira en encontrar el verdadero sentido de la autenticidad y la madurez, en salir de la demostración de plumaje, teoría y linaje: ser el macho alfa. Tarea titánica. Quisiera ser en ocasiones siquiera la sombra de Tito Monterroso de quien se dijo en un ensayo sobre él Francisca Noguerol:

Inteligente, irónico, divertido, amigo entrañable por encima de todo: así era Augusto Monterroso, Tito para todos los que le conocimos y disfrutamos del arte de la conversación a través de sus palabras. Conocí a Tito allá por la década de los ochenta, cuando yo aún era una joven e inexperta estudiante de literatura en la Universidad de Sevilla. Lo escuché en un seminario sobre el cuento. Desde el primer momento, la astucia con la que componía sus textos, sus significativos silencios y el cuidado con que regalaba sus palabras al auditorio me deslumbraron. ¿Cómo un autor tan reconocido podía ser al mismo tiempo tan modesto y brillante?...

Vaya modestia la mia…

Edwin Enrique Soria Juárez

1 comentario:

Anónimo dijo...

Humildad, virtud católica y muy española