jueves, julio 25, 2019

Bicyclette





Estas bicicletas la vi hace unos años en Venice, LA. 

La crisis de la mediana edad me descubrió escogiendo ropa interior que no tuviese agujeros. En menos de tres meses, tendré una segunda cirugía en el tobillo (una en cada uno) por andar en bicicleta y qué clavo que alguna enfermera me descubra con un calzoncillo con agujeros mientras estoy sedado. 

La crisis no me entró por el don Juan a conquistar, tengo suficiente en casa. Diría yo que más de lo que nunca esperé tener, ya que está mezclado con amor y devoción. No me puse a beber y trasnochar, ya lo hice y cerré esta etapa también. No abandoné a mi familia porque son parte esencial de mi diario vivir. Reconozco que sí dejé un poco lo desgarbado para mínimamente cuidar mi apariencia. Me preocupa la panza cervecera. Lo de buscar emociones nuevas creo que quedó claro con lo de la bicicleta.

Sin embargo, unos cinco o seis años atrás inicié nuevamente a correr, pero por defectos de fábrica resulté con dolores crónicos en las rodillas. De niño me pusieron unos zapatos para enderezar las piernas y creo que algo por allí no quedó bien. Es decir, inicié la búsqueda de una mejor calidad de vida por medio de los ejercicios. Esto me llevó luego a dejar de ejercitarme por los dolores de rodilla; cuando quise tomarlo de nuevo, me decidí por la bicicleta y caí en la espiral que me llevó hasta donde estoy.

Como anécdota, para los que piensen que mi cuerpo antideportista nunca usó una bicicleta, están en un error. Inicié con un triciclo de lo más chilero que un niño pudo haber tenido. Rojo, poderoso, resistente y mío. Sobre todo. No tengo memoria de si fue nuevo o usado, tendría que indagar en los recuerdos de mis viejos.

Luego del triciclo me compraron una chopper o dragster, nacional por su puesto. Era azul brillante, con sillón blanco con azul, largo, manubrio alto y nueva. Debe haber sido en un buen momento de mis viejos, porque mi viejo se compró una de ruta, una Benotto y salía a dar sus colazos entre la Roosevelth, la San Juan y el Periférico.

La famosa chopper era sin duda una buena bicicleta, la manejé hasta que, la que tenía la usaba de llavero. Mi viejo, para ese entonces ya con tres usuarios de bicicleta, compró una BMX para mi hermano menor, la azul pasó a ser propiedad de mi hermana y a mí me consiguió una Californiana. Básicamente era como la chopper pero con una llanta pequeña al frente y atrás una grande, estimo que tendría atrás una llanta de 24” mínimo y en algún tiempo tuvo algún sistema de cambios que cuando llegó a mis manos ya no era funcional.

Obviamente era una mejora, sin embargo, no era la BMX de mi hermano. Paseos, carreras, guanacas, todo muy bien. Saltos y trucos no. Los saltos y los trucos tenían que prestar la de mi hermano para hacerlos. Lo cual, muchas veces no resultaba en un sí, era su bicicleta y no la mía. Simple para un niño.

Un día abordé a mi viejo, le propuse vender la californiana y con ese dinero comprar una BMX para mí. ¿Cómo lo habré hecho? ¿Qué habrá pensado? ¿Qué penas financieras pasaba? No lo sé. Lo que sé es que, como cualquier hijo de la vieja escuela, paré con un castigo ejemplar. Me decomisaron la cicle y tuve prohibido usar las de mis hermanos.

Tiempo después mi hermano accedía a que usara la de él, sin embargo, dejé de tener la propia. Hasta que por falta de mantenimiento la de mi hermano resultó con ruidos que yo, el hermano mayor traté de arreglar con una llave de tubo, qué podría pasar, con mi viejo todo el tiempo arreglábamos cosas, siempre había una solución. La resulté arruinando.

Esto quedó en el olvido cuando mi viejo me dio el regalo más chilero que un adolescente podría recibir. Una patineta, no era una Santa Cruz pero era una bastante decente con una joker en la parte de abajo, con su sombrero de arlequín amarillo y rojo, pero en lugar de una cara normal sonriente, era un cráneo sonriendo.

Con esa patineta recorrí kilómetros, nunca logré hacer tantos trucos, pero sí recorrí la Mateo Flores o la Roosevelth hasta llegar a la famosa pista de patinaje de Pizza Hut.

Luego de eso toqué un artefacto con ruedas sin motor hasta hace poco que probé usar la bicicleta de mi viejo, la cual mi hermano recuperó y la dejó al centavo, seguí con una prestada, de montaña y luego decidí comprar la mía con la excusa de que compré la de mi hija y era para compartir con ellos.

Una belleza de Cicle, talla L y llantas de 29” que resulté vendiendo con poco uso porque no podría hacerle muchas mejoras. De esta forma finalicé con una de la que no creo deshacerme luego, una que equivale a la moto Harley Davidson que nunca compraré o a ese Volvo igual al que tenían mis viejos que tampoco compraré para arreglarlo y salir de ruta con otros, las ruedas que escogí y me están pasando factura son de 29” y son para montaña.

Esto de la crisis de la mediana edad, si es que la tengo, veo que tiene que ver con recuerdos, muchos de ellos que llegaron a las bodas de plata y sobre ruedas. Bodas de plata de mi primer amor, de mi crisis adolescente, de mi partida de la casa, de muchas cosas que, si lo logro, haré catarsis poco a poco en este bitácora virtual del capitán cuarentón que tiene dos años sin entradas. 

Edwin Enrique Soria Juárez

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