martes, junio 21, 2005

Praecipitare aqua, frigidus ventus.

En algún momento ya lo había mencionado, no sé si acá o en la lista de correo, igual lo repito: Me encantan las mañanas lluviosas y fríos vientos. Habrá que decir acaso que es la lluvia la que me fascina.

Soy un empedernido espectador y las mañanas lluviosas me dan para observar mucho. El cuidado con que la gente camina para no ensuciarse, lo limpio del ambiente a causa del agua. Me trauma, me embruja.

La gente anda algo… más despierta quizá, el ambiente da para mucho. Me encantan las mujeres, mi esposa lo sabe y se hace la desentendida por las mañanas cuando veo por las mañanas a las mujeres en traje sastre, con faldas coquetas y piernas erizas por el frío.

Realmente adoro la lluvia y las mañanas lluviosas de la capital. Son distintas a las que veía en la Costa Sur cuando estudiaba en el Técnico (los costeños son tan raros), muy distintas a las mañanas en Managua o las de San Pedro en Honduras. Distintas a las de Santo Domingo en Dominicana, aunque estas últimas tienen algo de magia como todo el caribe.

Todos estos movimientos matutinos me recuerdan el tiempo de estudios en el colegio Don Bosco. Me gusta tanto este ambiente que mi relato llamado Preámbulo se desarrolla en ese contexto, mañanas de colegio, colegialas en falda, faldas coquetas, coquetas las mujeres, mujeres trabajadoras. Bello, fascinante.

Lo único que le falta a este tiempo son los zompopos. Los famosos zompopos de Mayo que brotaban de la tierra o caían del cielo, maravillarme de la naturaleza en medio de la jungla de concreto y asfalto de la ciudad de Guatemala. Zompopos tardíos que luego fueron “saliendo” en junio y hasta julio en algunos años y el apellido de “Mayo” quedó en el recuerdo nada más. Este año no han caído, los extraño. El lunes de la semana pasada fui a la costa y me quedé maravillado que en la autopista Palín-Escuintla estaban presentes estas hormigas de gran tamaño, estos zompopos eran recogidos por la gente que detenía el vehículo en la orilla de la carretera y pepenaba uno por uno a estos bichitos.

Recuerdo las luchas a los que sometíamos a estos insectos. Se solía pintar a uno con corrector blanco en la espalda. No sé si por el agravante de ritual que conllevaba esto, pero era el que siempre ganaba. Y los culitos de zompopo dorados con ese sabor a mantequilla acomodadas todas las chibolitas —por no decir culitos y sonar vulgar— con tortilla de maíz recién salida del comal y un poquito de sal.

Me encanta cuando la vida me da estos premios, más ahora que amanezco abrasándola, sintiendo esa temperatura de cariño. No cabe duda, soy feliz.

Felices lluvias matutinas, felices preámbulos…

de Preámbulo

… A través del vidrio de la ventana empañada, miro cómo te apresurás y corrés graciosamente, cuidando no mojarte. Sosteniendo delicadamente esa pequeña sombrilla floreada, alzás la vista y le hacés señas de parada al conductor de este tropel de ciudadanos…

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